Taller 21
Reclinado en mi butaca preferida y esforzándome para desbaratar el sueño que me envuelve con su penumbra invasora, me distraigo al contemplar las hojas nuevas de los árboles, el pasto reluciente de las laderas y el impecable azul del cielo. Me ilusiono al escuchar el canturreo de los pájaros y llego a pensar que las hojas del helecho se balancean al compás de la suave brisa de la tarde. La luz del sol a media altura crea caprichosas geometrías en los troncos de los árboles, acompañadas de temblorosos destellos en las hojas de los abedules. La armonía que expresa la escena produce una sensación de paz y de evocación. Se combinan los colores que entregan los azules lirios, las amapolas rosadas y alguna hortensia de tonos mezclados. La magia de la luz del sol y la energía que desbordan las imágenes de los seres vivos provocan una fuerza vital que rebalsa el panorama. Me parece vislumbrar algunas abejas revolteando alrededor de dorados racimos de uva blanca.
El espectáculo se desarrolla en el generoso parque de una añosa casa de campo. Incluso a la distancia se observan montañas de faldeos acerados y cúspides envueltas en nieve. El infaltable riachuelo de aguas cristalinas bordeado de piedras relucientes, acomoda el entorno para entregar aún más encanto al espectador.
Paseando la vista por los interminables recovecos del jardín, se puede evocar la energía que han tenido las pasadas primaveras y la que han de tener las que vienen y también cómo algunas proclaman la esperanza de un flamante mundo que despierta y otras que proyectan el alejamiento de otro que no ha de volver.
Mientras observo y me maravillo con los testimonios del despliegue primaveral que tengo frente a mis ojos, me sorprendo con el persistente estrépito de la lluvia que azota las ventanas de la habitación, en la semipenumbra proyectada por los nubarrones que ocultan el cielo de Julio. Es invierno y espero con ansias la llegada de los próximos meses para completar la imagen de la primavera con la fragancia de la naturaleza, que fue el único elemento que no logré desenmascarar durante mi vagabundeo imaginario a través del bello lienzo que adorna mi escritorio.