Taller 30
La asamblea había sido convocada con algún grado especial de preocupación debido a las frecuentes consultas insatisfechas sobre por qué el agua del mar es salada y no es dulce como la de los ríos que lo alimentan.
Habían concurrido gran cantidad de representantes de diferentes regiones. La convocatoria se extendía a ríos, arroyos y quebradas de los más alejados lugares, todos encabezados por el gran Amazonas que no sólo tenía el especial y reconocido tamaño y la fuerza como para inclinar la balanza ante cualquier duda sino que, además, era poseedor de una amplia experiencia lograda en incontables años de permanente fluir.
Había una gran agitación en el amplio escenario destinado al debate. Las revelaciones que, sin dudas, se presentarían durante el despliegue de las ponencias darían la base para encontrar la aclaración del enigma.
Un representante bastante desconocido para la mayoría de los presentes que, a juzgar por su desmejorado aspecto y color arcilloso, provenía de una zona desértica, pidió la palabra para informar que según había oído de sus mayores, el primer río de sus ancestros había llegado cariñosamente a su desembocadura con el ánimo de arrimarse al océano pero debido a una recepción hostil en la que fue arrollado por grandes olas, decidió prohibir a su linaje cualquier intento de endulzar las aguas de un ser tan despreciable. Otro representante, de aspecto bastante más arrogante y posiblemente venido de alguna zona tropical hizo presente que el tema le tenía sin cuidado ya que tradicionalmente sus aguas habían llegado al océano de la misma manera durante miles de años con lo que él y su entorno eran muy felices y que, si había algún problema de salinidad en aguas ajenas, no era cuestión suya. Un tercer delegado hizo presente que durante toda su trayectoria a través de los años había sobrevivido resbalándose dolorosamente desde un elevada montaña, saltando entre peñascos y roqueríos hasta llegar al final de su trayecto tan golpeado, adolorido y lloroso que con la sal de sus lágrimas mantenía – y de seguro aumentaba – el sabor salado del agua del mar. Desde el fondo del anfiteatro se jactaba casi burlonamente un humedal que debido a su geografía limítrofe podía disfrutar a su antojo del agua salada o de la dulce dependiendo de cuál fuera la estación del año, por lo que el tema le tenía en verdad, sin cuidado. Y así entre recuerdos mitos y leyendas los distintos concertados no acertaban a coincidir en una única razón que explicara el tema que los había convocado. Incluso una pequeña quebrada de agua cristalina y de esbelta figura sostuvo que ella hacía todo lo posible por allegar su dulzura al mar pero que desgraciadamente su existencia se desvanecía en la pradera mucho antes de llegar al destino.
Habían pasado ya muchas horas y los concurrentes debían regresar a sus cauces a fin de no descuidar el vital abastecimiento del que dependían tantos súbditos del reino animal como del vegetal y de los que se sentían seriamente responsables. Por ello se pidió al presidente de la asamblea que opinara a la brevedad sobre las distintas versiones expuestas por los congregados y si ello fuera posible, que seleccionara la que permitiera en definitiva una explicación valedera del por qué el agua de los ríos es dulce y es salada la del mar. Bien, dijo el gran Amazonas parándose frente a la concurrencia, he escuchado los distintas informes que nos han presentado los camaradas que riegan al mundo y, debo reconocer mi sorpresa ante la disparidad de cada testimonio. En realidad ninguno me parece aceptable.
Lo que yo he podido observar a través de los años es que, a diferencia de lo escuchado aquí, no somos nosotros los que abastecemos al mar con nuestra agua sino que es él quien nos la hace llegar a nosotros. Lo que ocurre es que para enviarnos el líquido, el mar se vale de las nubes lo que implica que el agua sube en forma gaseosa es decir, mediante un procedimiento que impide transportar sales o compuestos sólidos. Por ello, la sal que se depositó durante la creación de los océanos hace miles de años, permanece en el mar a la vez que, con la intervención de las nubes, nosotros recibimos lluvias granizos y nieve que se transforma en el agua fresca, cristalina y pura, que regresamos dulcemente al mar.